Cuando hace dos meses ingresé en el hospital, sufrí una conmoción tan enorme, que yo creo que la mayor parte de mis neuronas no lo pudieron soportar y sencillamente se fueron por ahí, a dar
una vuelta por mundos menos ingratos que el que me tocaba en suerte vivir a mi en aquellos momentos.
Cuando algo no me gusta, desconecto y punto.
Alguna de mis neuronas ha debido ver muchas películas de héroes y valiente como ella sola, se quedó conmigo en esos desagradables momentos, en los que a mi cuerpo le sometían a unas
reparaciones por cuenta de la SS.
La que te cuento, que se quedó, ha debido de sufrir lo suyo y se arrepiente de su heroicidad.
Pero a lo hecho pecho y aquí está.
Aquel día cuando el sonido del teléfono me despertó tardé en cogerlo un tiempo récord, para lo que mis reflejos mañaneros están acostumbrados, solo que también eso tiene una explicación: mi
resaca era de órdago y el sonido del teléfono era un magnifico revulsivo contra mi pereza.
Me dolía mucho la cabeza (preludio de los dolores físicos que iba a sentir después, supongo).
La noche anterior la había pasado sumergida en una botella de Ballantines y todos los excesos se pagan.
Desayuné un vaso de leche, aunque me gustaría decir que continué con el licor ambarino,(como el mejor de los detectives de novela negra) pero ni para eso está mi imaginación, no puedo
mentir como una bellaca, (mi cuerpo sólo aguanta unas copas, en el mejor de los casos).
Cuando cogí el teléfono aquella mañana, una señorita muy amable me dijo que la cama que estaba esperando me concedieran en un hospital del Estado, ya estaba lista y calentita para mi.
Y a partir de aquí tengo que dejar un relato cínico para pasar a la mas cruda realidad.
Como buenamente pude,me rehice de la impresión y empecé a preparar mis cosas para irme a mi nuevo hogar, la operación que tanto había temido y que tantas paranoias me había ocasionado me
estaba esperando.
Después de comer me fui, me fui con una amiga, tampoco soy tan valiente y necesitaba llevar conmigo algo del mundo que iba a dejar atrás durante una temporada, algo que me diera ánimos y al
mismo tiempo que hiciera de fino lazo conector de lo que hasta entonces había sido mi cotidianeidad.
Por supuesto que tenia claro que ahora iba a ser todo diferente, ya no podía hacer mi vida normal o por lo menos una vida que a mi me apetecía llevar, en vez de estar allí.
La planta ya la conocía, seguía igual que siempre, La primera planta de un macro-hospital, con colores apagados, gracias a una luz mortecina y al color de la pintura, que pedía a
gritos una capa hermana,teniendo en cuenta que era una planta de traumatología, su color era un contraste con las escayolas, pero bueno, este relato no es para criticar, no estaba mi cuerpo
para muchas declaraciones de principios.
Al principio intenté descolgarme del hospital, como si no estuviera allí, no hablaba con nadie, adopté la actitud de “sólo he venido de visita”, pero claro: Entre que yo no aguanto mucho
sin hablar, y que por la noche me iba a la sala de espera a fumar, en pijama, pronto quedó claro que vivía allí.
Menos mal que los "rotos" que en ese momento ocupaban mi “lugar de residencia” tenían mucho sentido del humor y allí nos pasábamos horas intentando des-dramatizar nuestras idas y venidas al
quirófano.
Pues al final me operaron, con todo el dolor de mi corazón, y para más INRI, como fui la última en salir de la “sala del despertar”, todas las enfermeras se ofrecieron a llevarme de vuelta
a mi planta, iban tan contentas (yo creo que de escaquearse) que nos quedamos encerradas en el ascensor y les pareció muy gracioso.
Yo nunca he entendido el humor negro de algunos profesionales de la medicina, pero en aquel momento yo también me reía(para mí un quirófano es un pozo negro).
Cuando salí del hospital, decidí olvidarme de la realidad otra buena temporada y descolgué el teléfono.......