Mayte ha llegado a la cita antes de tiempo y se encuentra sentada en un café con amplias cristaleras, lo que le proporciona una visión de movimiento desde una posición estática.
Desde su mesa puede ver perfectamente personas que vienen y van entrecruzándose en el espacio de la gran glorieta céntrica donde se encuentra el local.
A ratos siente como si estuviera en el interior de un escaparate, parece como si la gente al pasar sopesara cuanto valdrá y si el precio merecerá la pena, así se siente ella en este
momento, abandonada en la sección de saldos.
Mira la puerta nerviosa, como si aquella abertura a la calle fuera a solucionarle todos los problemas que, cual espada de Damocles, penden sobre su presente y amenazan su futuro.
La puerta giratoria del café, por fin, da paso a un hombre grande y fuerte, su boca queda desdibujada a la sombra de un poblado mostacho y sin embargo su aspecto es amable, a pesar de lo
espectacular de su figura. Unos ojos pequeños, detrás de unas gafas redondas, le dan el aspecto de un sabio profesor con aire despistado. A lo lejos divisó a Mayte y con una cadencia
pausada se dirigió a su mesa, saludó con una inclinación de cabeza y tomó asiento.
Después de unos breves saludos se abrió un paréntesis entre ellos debido a las preguntas del camarero que tomaba nota de sus pedidos. Con las consumiciones en la mesa, el hombre introdujo
su mano en uno de los bolsillos del abrigo y sacando un sobre marrón lo deposito sobre la mesa, Mayte alargó su mano lentamente y se disponía a tomar el sobre cuando la enorme mano de su
acompañante se posó sobre la suya aprisionándola suavemente.
El hombre intentó mirarla a los ojos pero ella no levantó los suyos sintiéndose avergonzada.
Eran tan dulces las palabras que llegaban a sus oídos que no tuvo mas remedio que levantar la cabeza, encontró de frente la mirada serena de aquellos pequeños ojos pizpiretos y sintió como
desde su interior afloraba una increíble sensación de seguridad y confianza. Mayte no alcanzaba a descifrar con sus oídos las palabras que flotaban a su alrededor pero la fuerza positiva se
transmitía y poco a poco una oleada de seguridad la inundó recomponiendo en positivo cada célula de su cuerpo. Despacio pero sin pausa, su autoestima se vio inflada de la seguridad que
nunca debió abandonarla.
El hombre recogió su abrigo y desapareció tras la puerta giratoria del local y la sonrisa de Mayte fue dibujándose poco a poco, primero en sus labios y después en
todo su rostro. Ahora estaba segura de si misma, miró el sobre que descansaba sobre la mesa y supo que no iba a necesitar las respuestas del examen de la oposición que iba a hacer al día
siguiente, aprobaría sin ayuda. Se levantó de la silla y abandonó el café.
Mientras salia empezó a repicar en su cabeza el sonido de un timbre. El despertador devolvió a sus ojos la luz de un incipiente amanecer, era la luz de una nueva esperanza. Miró hacia atrás
y le pesó el esfuerzo y el trabajo de los últimos meses, había luchado duro y necesitaba aprobar aquel examen, una solvencia económica ayudaría con la enfermedad de su hijo pequeño.
Mientras se cepillaba los dientes sus ojos se iluminaron al recordar el sueño donde su padre, una vez mas, había acudido en su ayuda.