
Hola, soy el Dios de los animales, mi trabajo consiste en detectar anomalías que les atañen y mis ángeles se dedican a escuchar sus problemas, graban las sesiones y me las envían.
Creo que debo presentarme mejor, yo solo soy uno entre muchos dioses, en realidad y para ser exactos somos una especie de cooperativa divina y no hay nadie que esté por encima, en cuanto a
categoría se refiere.
Nos ocupamos de muchos temas en todo el Universo, aunque he de reconocer que la que mas trabajo nos da es la Vía Láctea y en concreto un planeta: la Tierra.
Nuestras labores van rotando y cada 100 mil años del tiempo terrestre cambiamos, escuchando atentamente sus cuitas.
Así todos sabemos de todo.
Yo estoy en el periodo donde me tengo que ocupar de los animales que pueblan este planeta, y estos días estoy atendiendo un país en concreto y a unos animales que acumulan una serie de
quejas.
Es país se llama España y los animales a los que me refiero son los toros.
Tengo montones de grabaciones y voy repasándolas una a una.
Tengo que decir que ahora mismo estoy atendiendo un relato que he tenido que ver más de una vez, porque me ha impactado.
Es mejor que entremos en situación y la mejor manera de hacerlo es si les cuento que tipo de animal es un toro.
Como diría uno de mis ángeles que desborda entusiasmo. Son enormes!!!!!!!!!! Si, son muy grandes pueden llegar a pesar 500 kg , caminan a cuatro patas, tienen pezuñas y un par de
enormes cuernos en la cabeza.
Se puede decir que en una pelea con un humano en igualdad de condiciones, el humano lleva las de perder.
Mi ángel estaba sentado con uno de estos animales.
La primera imagen empieza haciendo un zoom donde poco a poco nos vamos acercando y podemos ver un enorme manto de tierra salpicado de puntos verdes.
Los puntos verdes son arboles, aquí les llaman encinas, alcornoques, etc.
Según vamos acercando más la imagen podemos ver con mayor nitidez los arboles y por fin localizo mi ángel que esta sentado en una especie de silla o banqueta de madera, no parece muy
sofisticada, yo diría que más bien es muy rudimentaria.
A su lado, y en otra banqueta, está sentado uno de esos enormes animales de los que os he hablado, un toro de piel negra cetrina y unos grandes cuernos.
Tengo que reconocer que a primera vista impone.
A poco que nos acercamos más podemos apreciar que la supuesta ferocidad queda muy diluida cuando vemos que está sentado, con las piernas cruzadas en una minúscula banqueta de la que parece
se va a caer de un momento a otro.
Pongo en marcha el sonido y el semblante apesadumbrado del animal se corresponde con las quejas que está trasladando a su interlocutor.
El toro: Yo he nacido aquí y tengo una familia muy numerosa, no solo porque tengo muchos hermanos y hermanas sino que además tengo muchos primos.
Los días de mi infancia habían trascurrido felices entre juegos y correrías y nunca nos faltaba el agua y la comida.
Las siestas eran el momento mas silencioso del día, yo miraba a un lado y a otro y podía ver muchos de mis congéneres tumbados a la sombra en unos grandes espacios que transmitían paz y
seguridad.
Los días pasaban de forma rápida y yo iba aprendiendo de los mayores pues aprovechaba para oír sus conversaciones, sobre todo cuando venia un humano que ellos llamaban Mayoral y que iba
subido en un caballo.
Yo ya sabia hacia mucho que era un caballo y que a pesar de tener cuatro patas y pezuñas, igual que nosotros, no eran nuestros primos.
A veces el Mayoral se llevaba a unos cuantos compañeros jóvenes y ya no volvíamos a verlos mas.
Yo preguntaba una y otra vez a mis padres o a mis tíos, o a cualquier otro toro de la manada, pero ninguno me sabia decir a ciencia cierta a donde iban.
Cuando fui un poco más mayor un día vi una reunión de los mas viejos, y ni corto ni perezoso me fui acercando sin llamar la atención para oír de que hablaban.
Estaban hablando de los toros que se llevaban y procuré no hacer ningún ruido para acceder al misterio de estas ausencias.
Al parecer se los llevaban a una dehesa mucho más grande que esta y donde nunca faltaba de nada, incluidas una enormes sombras donde cabían todos perfectamente y donde eran enormemente
felices.
No lo pude evitar y a pesar del peligro que corría, puesto que podían castigarme muy severamente los mayores, pregunté que como lo sabían, si ninguno había vuelto para contarlo.Me
respondieron que era una historia que pasaba de padres a hijos, contada por los toros que habían vuelto del limbo.
El limbo era una especie de antesala del paraíso donde no habían podido pasar porque tenían alguna tara, ellos ya sabían que jamas irían al paraíso.
Lo que había aprendido de los mayores lo fui contando a mis amigos, la pandilla que siempre jugábamos juntos y que tengo que reconocer que alguna trastada habíamos hecho.
Soñábamos con el paraíso y cada uno se lo imaginaba de una manera y así pasábamos los largos días de verano bajo un sol abrasador.
Esperábamos con gran expectación el día en el cual nosotros también iríamos detrás del mayoral al paraíso y rezábamos para no pertenecer al grupo de los tarados.
Por fin llego el día que vimos aparecer al mayoral que se dirigía a nuestro grupo separándonos del resto.
Yo estaba feliz, por fin iba a conocer el paraíso y aunque iba a separarme de familia y amigos no me preocupaba porque sabia que tarde o tempranos íbamos a estar todos juntos.
El mayoral venia con unos toros como nosotros pero que no eran como nosotros, eran los que hacían de guías y nos señalaban el camino por donde debíamos ir.
Aunque se suponía que iba hacia el reino de la felicidad, lo cierto es que el camino no parecía que discurriera por senderos muy felices, porque nos metieron apiñados en una cajas de madera
que se movían.
El espacio que teníamos era súper escaso y nos dábamos unos contra otros, en un tiempo que se me estaba haciendo eterno.
Recuerdo que uno de mis primos, que también había elegido, comentaba que para ser el camino al paraíso no parecía muy feliz y que daban muchas ganas de volverse al infierno, a lo que yo
conteste que seguramente era una prueba que teníamos que pasar, al fin y al cabo íbamos hacia la felicidad eterna.
Y también tengo que decir que mi primo no había sido nunca la alegría de la huetra.
Y así después de pasar horas y horas de sufrimientos, la caja se paro y poco a poco fuimos bajando todos.
Ni que decir tiene que después de tantas horas nos temblaban las rodillas y mas de uno tropezaba y se caía.
Al principio me costó mucho trabajo hacerme una idea de donde estaba, pero poco a poco fui viendo que el paraíso consistía en una gran cuadra donde no había hierba, ni arboles ni agua
corriendo por los regatos.
Entré en pánico.
Fui corriendo a preguntar y como todos estábamos haciendo lo mismo, hablar, no nos enterábamos de nada hasta que uno de los cabestros pego un grito para que nos calláramos.
Con voz pausada nos contó que esta era solo una etapa y poco a poco empezaron a sonar suspiros de alivio, vale, ahora podíamos tranquilizarnos.
Yo reconozco que nunca he sido muy guerrero y a poco que me traten de forma suave me convencen de cualquier cosa, soy muy pacifico.
A los dos días de estar allí ya me había acostumbrado y entonces fue cuando vinieron otros mayorales y empezaron a separarnos.
Los toros-guía se pusieron a nuestro lado para dirigirnos y por mas que les preguntábamos que adonde íbamos, no soltaban prenda.
No los sacábamos de: Nosotros somos unos mandados, solo cumplimos ordenes y no sabemos nada.
A decir verdad yo me lo creía, no tenían pinta de ser muy despiertos.
A partir de ahí empezó mi pesadilla, sin saber porque empezamos a correr por un suelo de piedra al que no estábamos acostumbrados y me dolían las pezuñas una barbaridad.
Los resbalones eran continuos y había visto caer a más de un compañero.
Pero eso no era todo, a nuestro lado corrían cientos de humanos que yo no conseguía ubicar en mi memoria, porque semejante especie no la había visto nunca.
Yo solo veía blancos y rojos que corrían con algo en la mano y sobre todo que gritaban de forma desaforada, como si una catástrofe inminente fuera a caer sobre nuestras cabezas.
Yo creía que estaban muy asustados y por eso corrían.
Lo que yo no sabia era porque estábamos corriendo con semejante panda de histéricos.
Será por solidaridad, una prueba más antes del paraíso.
Pero no fue así.
Reconozco que hubo un momento que mis patas eran mas rápidas que mis pensamientos y decidí pararme.
Empecé a dar vueltas a mi alrededor, pero no conseguía saber lo que estaba pasando, solo veía esos humanos de colores gritando como posesos.
Hasta aquí hemos llegado, yo soy muy pacifico pero hay veces que me planto.
Empecé a darme la vuelta tranquilamente, pero un cabestro no paraba de gritarme palabras soeces, al mismo tiempo que me urgía a volver con la manada.
Yo seguía a mi ritmo, pero uno de los humanos de colores no hacia nada mas que darme con algo en la cabeza.
Vale, no me hacia daño, pera era muy pesado y me dirigí a él para decirle que me dejara en paz por favor, yo ya estaba un poco harto del camino al paraíso y me volvía a mi casa.
No iban a dejarme, poco a poco me vi rodeado, por lo que decidí tumbarme y esperar a ver si se iban.
Había sido una tortura para mis pezuñas, aquella carrera estúpida por aquellas piedras resbaladizas, rodeados de humanos histéricos que parecía no lo estaban pasando nada bien a juzgar por
sus caras arrugadas, congestionados y desafiantes y me preguntaba si ellos también iban al paraíso.
Nunca lo sabré.
No recuerdo como llegue aquí, creo que me dormí de repente.
Este lugar es parecido a mi casa pero no veo a ninguno de mi familia o amigos y por más que pregunto nadie sabe donde estamos.
La mayoría tienen alguna tara, o están cojos o tuertos o les falta un trozo de cuerno, o sea estoy rodeado de tarados y sin saber porque estoy yo aquí.
En ese momento el ángel miro al toro con ternura y le dijo, tu estas aquí porque estás loco, no se puede ir contra la corriente, ni siquiera de forma pacifica.
FIN